Fragmento
Fragmento parte de un todo que fue separada intencional o accidentalmente de este, también puede ser considerado como una parte perdida o conservada de alguna cosa u obra artística o literaria.
Me pregunto, ¿dónde comienza el todo y dónde el fragmento? ¿He aquí la vulnerabilidad de la palabra y de la fotografía, hasta donde dicen lo que dicen y desde donde comienzan a vaciarse de ese sentido total, universal, unitario? ¿Es posible, será posible que la parte de lenguaje que es la palabra y la fracción de reflejo lumínico que es la fotografía, esa porción de realidad captada en el soporte fotosensible o la imagen binaria puedan realmente decirnos algo acerca del todo en su imposibilidad de reconstruirlo?
Imposibilidad de reconstrucción atribuida arbitrariamente por quien les escribe, haciendo alusión a la imposibilidad de rearmar un vaso de sus fragmentos, siendo este ya no el vaso en cuestión sino más bien una nueva construcción que puede aparentarse al vaso inicial; pero en ninguna medida ser el vaso inicial. Estas conjeturas me llevan a pensar en el todo, o en todo caso en cualquier concepción de un todo absoluto como un mero fragmento de una totalidad aún inalcanzada.
Totalidad que aquí puede considerarse la relación entre este texto y las imágenes conjugadas en la totalidad libro, que usted tiene entre sus manos, pero qué sentido tiene este cuestionar la totalidad o la fragmentación del todo a partir de lo que debiese ser una totalidad, una respuesta o una hipótesis que abarque una solución a un total inalcanzable, bueno, justamente aquí esa búsqueda de esa totalidad tranquilizadora no es el tema.
El tema justamente es lo intranquilo, lo incompleto, lo entendido como un otro u otra cosa, hay cierta paz en las imágenes aquí expuestas, pero es una paz engañosa, una paz tal vez fingida por las decisiones técnicas, pero lejos de lo técnico está la confrontación con la parcialidad de las imágenes, parcialidad quesin embargo concebimos como totalidad en una primera aproximación, ya que estas fotografías se nos presentan como un todo, nuevamente engañoso, ¿en qué sentido? claramente en la decisión técnica y estética de lo que queda fuera de cuadro.
Ah! el cuadro, el abanico de conceptos, lo cifrado del mensaje para el ocultamiento de lo otro, lo que falta, lo que ahí no está. Y es aquí donde comienza el viaje en lo otro, en la interrogación de este margen, de este cuadro, de porqué este plano y no otro, y tal vez por sobre todo, ¿hay realmente un plano que pueda decirnos el todo, un texto que abarque la totalidad de lo que puede ser representado? aparentemente no, y sin embargo seguimos empeñados en creer en ese todo universal, en descubrir la forma completa del gran laberinto.
En un periodo de nuestra propia historia en la que la mayoría de la información que consumimos está realizada, mediatizada por la imagen técnica, ya no por la observación de los fenómenos naturales para comprender el mundo, sino más bien por el medio en que esta es transmitida, texto o imagen, texto e imagen, todo junto en un todo confuso y falto muchas veces de contexto, pleno de fragmentación de la información transmitida, con tal de controlar, manipular, con tal de recrear una realidad, fantasía más ligada a la apariencia, a la proyección, a la teatralidad de lo cotidiano, que a la realidad misma.
Lo más extraordinario de todo esto es que termina por generar una nueva realidad, tal vez no la proyectada, la deseada, la aspirada, pero nuevas realidades se crean, realidades que siguen siendo parciales, como toda realidad dirán ustedes, y es que la realidad en su esencia parece ser parcial, o más bien lo es si nos atenemos a la relatividad general de Albert Einstein o a la mecánica cuántica que (someramente) nos habla de la generación de la realidad en la medida en que la vamos encontrando, proponiendo que ciertos espacios no existirían a menos que sean activados por nuestra propia aparición en ellos y viceversa.
Lo que entra en el espacio va dando forma, configurando lo que aparenta ser una realidad, una totalidad, incierta, aún desconocida, aún inexplorada y por esto: fragmento “de”. No se sabe, no se logra concebir el espacio como parte de algo más, ya que su inmensidad nos lleva a imaginar que no habría nada más allá de lo observable, pero que pasa con los agujeros negros, que pasa con lo que hay más allá de tanta especulación intentando explicar todo, que hay de las implicaciones de estas explicaciones en nuestra cotidianidad.
Nada. No hay nada en lo absoluto que nos pueda corroborar esta o cualquier afirmación, nada, en todo caso nada que no pueda ser rebatible, desestabilizada por cualquier otra hipótesis o teoría lo suficientemente seria como para ser tomada en serio, no esta ¡claro está! porque en esta no hay totalidad, la parcialidad misma del discurso es parte del abismo en que nos encontramos al tratar de leer estas o cualquier imagen, este o cualquier texto, demasiado nihilista tal vez para creer que existe una totalidad discursiva, un relato que lo abarca todo.
Es duro, es difícil entregarse al desconcierto de esta vaguedad, de esta no representatividad, de esta imposibilidad de una verdad tranquilizadora, estos fragmentos aquí presentes, tanto textuales como visuales, representan tanto y tan poco a su vez, son a nuestro modo de ver: el margen, la frontera delgada entre la razón y la locura, si es que la hay. Frontera imaginaria como todas, estamos de acuerdo, pero frontera al fin, y ante esto nos abrazamos como náufrago a la probabilidad de que estas palabras en algún minuto tomen algún sentido, un camino hacia la luz clarificadora de algo transversalmente aprehensible.
Lo único aprehensible aquí son el texto y la imagen, el texto en tanto discurso, en tanto diálogo con el observador lector de estas palabras y estas imágenes, imágenes que por lo demás son arrancadas de otros cuerpos, otras “totalidades” , otros organismos que en su completa y posible transformación se han ido transfigurando hasta dar cuerpo a las corporalidades aquí expuestas, trazos, huellas de un no estar que sin embargo sigue estando presente en su ausencia; como la realidad de la que no hacemos parte cuando estamos aquí, en este instante fuera del tiempo (el yo que escribe y el usted que lee) descubriendo paso a paso cada una de estas palabras, de estas ideas que van poblando las páginas.
Así es como observando y volviendo a interrogar estas imágenes una y otra vez, vamos descartando ideas hasta llegar a la gran pregunta, ¿qué son estas fotografías? por un lado claro que son testimonio de un estar ahí, huellas del reflejo luminoso, en esto estamos todos de acuerdo, pero qué es lo que vienen a interrogar, hacia dónde están apuntando con su presencia. Tal vez justamente hacia la ausencia, hacía ese no estar que sin embargo puede deducirse por su mera presencia frente al objetivo, obviedades más obviedades menos, lo aquí retratado, o más bien todo lo que se puede retratar observa un diálogo con todo aquello que a quedado fuera, y esto bien lo explica Philippe Dubois en El Acto Fotográfico (L’acte photographique).
Libro este último del cual nos colgamos aquí para justificar estas fotografías y estas palabras, estas imágenes que más que hablar de lo aquí representado buscan hablar de lo que no está aquí presente, pensar en todo aquello que a la hora de crear una fotografía queda fuera, ése fuera del relato que aquí busca ser el relato, lo importante aquí no es lo representado sino más bien lo que ello evoca, lo ausente. Qué es toda esa materialidad representada por un fragmento, ese todo que busca instalarse como presencia inmanente, no se puede pensar lo aquí representado sin pensar aquello de lo que fue parte y viceversa, al menos en este ejercicio doblemente discursivo, en este diálogo entre lo observado y lo escrito, escrito que a su vez busca conformarse como parte de un todo más amplio y tal vez aún inexistente.
Aquí llegamos a las preguntas iniciales, a la imposibilidad de la palabra y la imagen técnica. Es que cómo lograrían unos fragmentos esparcidos de lenguaje y de visualidades varias contarnos el mundo, a lo sumo serán capaces de aproximarnos a este; pero en ningún sentido permitirnos la apropiación de todo aquello que nos rodea, de esa totalidad utópica que sirve para darle sentido a los días, al pasar del tiempo. Esto y como bien deben haberse dado cuenta viene a fragmentar nuestra relación con el mundo, el modo en que estamos aproximándonos a la esencia de las cosas, si esta supuesta esencia existe en realidad y no es más que otra invención del discurso para justificar su imposibilidad de expresar el mundo.
Ahora bien, esto que parece ser el límite del lenguaje tanto escrito como visual puede ser también concebido como toda su posibilidad, en qué sentido: en la posibilidad de su expansión. Aquí radica tal vez la esencia del fragmento, ya que al entender toda entidad como un fragmento las posibilidades interpretativas y discursivas en torno a este se pueden ver exponencialmente aumentadas, lo que nos permitiría interrogar más allá de lo cotidiano, paradojalmente la totalidad de las cosas (totalidad inconclusa). Con esto se abre un abismo de interrogantes que no son nuevas, ellas siempre han estado ahí, es sólo que la comodidad de una cotidianidad ordinaria seduce mucho más que el ajetreo de una cotidianidad puesta constantemente en cuestión.
Para que todo sea fragmento debemos comenzar por entendernos parte “de” como diría Heidegger, o al menos lo que creo haber comprendido del famoso dasein, que a su vez forma parte del pensamiento histórico en torno al Ser, de toda una corriente filosófica, de un contexto histórico y de un lenguaje dinámico como lo es el alemán con su capacidad infatigable de neologismos. En este entenderse parte “de”, hay que entender que no existe limitante no sólo para interpretarse sino también para proyectarse.
Esto anterior debemos trasladarlo también a la forma, al modo en que estamos leyendo todo aquello que nos rodea, todo aquello que se presenta ante nosotros como una totalidad, siendo que difícilmente lo es, o más bien difícilmente podría llegar a serlo. Toda apariencia debemos comprenderla como reflejo de una ausencia, como parte emergida de un no estar que se hace presente por medio de esta “totalidad inacabada” y de este modo cada representación no sólo es representación de aquello que hace presencia sino que también de todo lo que esta presencia trae de ausencia consigo.
Entender al fragmento como una “totalidad inacabada” es dar un paso hacia el abismo, la fotografía así entendida ya no sería sólo el punctum, la huella de algo que ha sido, sino también todo aquello que no está siendo frente al objetivo de la cámara fotográfica, con esto todo pensar fotográfico o literario debe ser reconsiderado en su capacidad discursiva, en su construcción en tanto relato “de” y ya no como reflejo “de” si queremos tomar en consideración todas las implicancias posibles, debemos tener presente esa ausencia formal, estética o discursiva que otorgan una visión mucho más amplia y a su vez inconclusa, dada la imposibilidad de una totalidad acabada.